STARBUCKS, NO ME GUSTAN, LO SIENTO

Cuando hace un tiempo pasé por la Calle San Vicente y ví que habían abierto una gran cafetería justo donde antes había una tienda de juguetes de toda la vida, ya me entró un poco de recelo. Pero mirando por sus cristaleras vi esas mesas con amplios sofás y sillones y no me pude resistir a entrar. Me daba la sensación desde fuera de típica cafetería guay de estados unidos, algo tipo Friends, y una que es de aquella época en la que la amistad alrededor de un café se consideraba eterna, no pude reprimir el impulso.

Cuando entré, ya me llevé mi primera sorpresa, la media de edad de los cliente era mucho menor que la mía, pero bueno. Los sofás todos ocupados por adolescentes en celo. Muchas mesas con adolescentes solitarios enganchados al portátil, porque el local, claro está tiene Wifi.

Intenté quitar de mi mente mis prejuicios y me pedí un café. Rodaron dos grandes lágrimas por mis mejillas cuando vi el precio, pero bueno, la cosa era probar. Ya el hecho de que en vez de una tazita me sirvieran el café en vaso XXL me dió mal rollo, pero en fin, era un café novedoso con muchos ingredientes, y no se que cosas más, así que me senté, solitaria y sin portátil y empecé a beberlo.

Al cabo de un rato ya no podía más. Mas que café parecía agua de fregar así que salí corriendo, no por el sabor, sino porque aquella mezcla extraña y cara me produjo colitis galopante durante tres días. Vamos, que la suerte es que estaba cerca de casa, que si no dejo rastro como Pulgarcito y no precisamente de migas de pan.

Creo que lo único bueno del sitio es que, cuando yo era adolescente, para pegarte el lote con el novio, tenías que recurrir al frío y duro mármol de la entrada de un portal y bien lejos de tu casa (por el tema de que no fueran a contarle nada a tus padres), y ahora los adolescentes tienen los cómodos sofás del Starbucks. Por lo demás, lo siento, pero el Starbucks no me gusta, y si eso es ser antigua, pues lo soy. 

Un saludo.